lunes, 21 de noviembre de 2016

Juana de Arco


También conocida como la Doncella de Orleans, fue una heroína, militar y santa francesa. Su festividad se conmemora el día del aniversario de su muerte, el 30 de mayo, como es tradición en la Iglesia católica.
Nacida en Domrémy, un pequeño poblado situado en el departamento de los Vosgos en la región de la LorenaFrancia, ya con 17 años encabezó el ejército real francés. Convenció al rey Carlos VII de que expulsara a los ingleses de Francia, y éste le dio autoridad sobre su ejército en el sitio de Orleans, la batalla de Patay y otros enfrentamientos en 1429 y 1430. Estas campañas revitalizaron la facción de Carlos VII durante la guerra de los Cien Años y permitieron la coronación del monarca.
Como recompensa, el rey eximió a Dòmremy del impuesto anual a la corona. Esta ley se mantuvo en vigor hasta hace aproximadamente cien años. Posteriormente, Juana fue capturada por los borgoñones y entregada a los ingleses. Los clérigos la condenaron por herejía y el duque Juan de Bedford la quemó viva en Ruan, el 30 de mayo de 1431.
«Yo tenía trece años cuando escuché una voz de Dios», declaró Juana en Ruan el jueves 22 de febrero de 1431. El hecho sucedió al mediodía en el jardín de su padre. Añadió que la primera vez que la escuchó notó una gran sensación de miedo. A la pregunta de sus jueces, añadió que esta voz venía del lado de la iglesia y que normalmente era acompañada de una gran claridad, que venía del mismo lado que la voz.
La Iglesia católica y la inmensidad de fieles, reconoció como verdaderas estas apariciones.
Durante su juicio que tuvo lugar en Rouen, entre el 21 de febrero y el 23 de mayo de 1431, fue inicialmente acusada de herejía y sometida a intensos interrogatorios. Mientras transcurría el proceso fue encarcelada en una de las torres del castillo de Felipe II que posteriormente pasó a llamarse «torre de la Doncella».
El proceso se inició el 21 de febrero con cerca de ciento veinte participantes. Entre los más activos: los canónigos Jean d'Estivet y Nicolas Loyseleur y Nicolas Midy emisario de la universidad de París. Pierre Cauchon, arzobispo de Beauvais se encargó de dirigir la investigación y de presentar cargos contra la acusada. La tarea no resultó sencilla porque Juana no mostraba el aspecto habitual de los herejes, parecía ser una buena cristiana convencida de su misión. Aun así, el tribunal no tardó en encontrar argumentos en su contra: vestía como un hombre, abandonó a sus padres y esas voces que decía oír solo podían tener origen demoníaco. En total, se presentaron contra ella hasta setenta cargos siendo el más grave de todos el de Revelationum et apparitionum divinorum mendosa confictrix (invento de falsas revelaciones y apariciones divinas).
En el mes de mayo el tribunal dictó sentencia y consideró que era apóstata, mentirosa, sospechosa de herejía y blasfema hacia Dios y los Santos, lo que llevó a su condena. Su intento de recurrir la decisión ante el Papa fue ignorado.

El 24 de mayo, en el cementerio de Saint-Ouen en Rouen, el tribunal que la juzgó escenifico un simulacro de hoguera con el fin de asustarla y de que así reconociera públicamente los hechos de los que se le acusaban. Bajo presión, y con la promesa verbal de que así dejaría de estar bajo custodia inglesa para ingresar en una cárcel eclesiástica, firmó su confesión, reconociendo haber mentido en relación a las voces que decía escuchar y admitiendo la autoridad de la Iglesia. Sin embargo, al ver que regresaba con los ingleses al mismo recinto en el que había estado, se consideró engañada y dos días después se retractó de lo firmado.
Más que por la acción de las llamas, Juana de Arco falleció por el efecto del monóxido de carbono fruto de la combustión de la leña utilizada para iniciar el fuego. Tras la humareda, los ingleses apartaron los trozos de madera empleados en la hoguera para asegurarse de que no había escapado y de que el cuerpo desnudo era bien el de la condenada. El fuego se avivó con brea y aceite y permaneció así durante varias horas hasta que lentamente el cuerpo fue reducido totalmente a cenizas, a excepción de algunos restos óseos que fueron posteriormente esparcidos en el río Sena. La metódica cremación del cuerpo pretendía evitar el culto posterior.

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